jueves, 18 de julio de 2013

AHORA, REFORMAS ESTRUCTURALES



La acción política no puede plantearse en el vacío, la realidad social es compleja y multidimensional.
Las políticas nacionales vienen severamente condicionadas en sus aspectos más relevantes, quedando un escaso margen de maniobra para desarrollar el modelo de sociedad que ideológicamente puede haberse aceptado como objetivo político.
El ámbito geopolítico natural de España es Europa.
Sólo a través de una política económica y fiscal europea común es posible cimentar sólidamente un crecimiento económico sostenido.
La Carta Social Europea  es el principal instrumento de nivelación, así como la más sólida garantía frente a los embates ideológicos conservadores que propugnan un desmantelamiento, vía privatización, de los recursos sociales que garantizan la equidad y plasman la solidaridad  social; pero la viabilidad de las políticas sociales exige una política económica y fiscal europea competitiva y equilibrada que permita utilizar adecuadamente las sinergias
El desempleo crónico aparece como el principal causante de la pobreza y la recesión actual dejará un nivel de desempleo estructural que se añadirá al existente con anterioridad. En este marco se está consolidando en Europa una sociedad dual. Los ideales de equidad y solidaridad deben hacerse tangibles a través de un Estado del Bienestar que ha sido y es crucial para desarrollar dichos ideales.

La acción política no puede plantearse en el vacío; el proceso de análisis de la realidad, máxime cuando ésta es tan compleja como lo es hoy, sirve para conocer y entender los parámetros básicos de la sociedad civil y su contexto social y además, para evitar una fuga irreflexiva hacia adelante que, sin asumir los retos y condicionantes del mundo real, se evada en la neutralidad de la lógica de las ideas, alejándose así de la ética social en la que cualquier propuesta política debe sustentarse.
La realidad social es compleja y multidimensional, y, sería ingenuo y pretencioso intentar hacer un análisis global de los aspectos políticos, económicos y sociales, que hoy son objeto de estudio de numerosos y cualificados grupos de investigación social; pero sí pensamos que puede ser útil, para dinamizar el debate, y apuntar algunas claves que inciden particularmente en la estructuración del discurso que los nuevos tiempos reclaman.
Durante las últimas décadas, la sociedad internacional ha ido progresando hacia un mundo mucho más globalizado e interdependiente que en el pasado, no sólo a nivel económico sino también, política, social y culturalmente.
El peso de las materias primas en el comercio internacional, (productos agrarios, minería, materias primas industriales, etc.), ha disminuido en un comercio dominado mayoritariamente por los bienes de consumo, los servicios, la tecnología y los capitales, condenando a un estado de pobreza dramático a decenas de países que, incluso siendo ricos en recursos naturales, carecen de las infraestructuras, tecnología y capital necesarios para competir en posición ventajosa. Los países productores de petróleo, a gran escala, serían una excepción a esta tendencia.
Por otro lado, la flexibilización del mercado de capitales, la transportabilidad de la tecnología y el empleo de mano de obra precaria, barata y disciplinada ha permitido la obtención de niveles muy elevados de productividad y competitividad al concentrar una parte importante de la producción de bienes de consumo en determinadas zonas de influencia, sobre todo del Extremo Oriente.
La internacionalización de la sociedad es, pues, algo más que un enunciado retórico: es, antes que nada, una realidad económica. La creación de la riqueza no es ya algo que se produzca básicamente en  los ámbitos regionales o locales, sino a través de los intercambios en un mercado mundial más globalizado, interdependiente y competitivo. Los centros de poder económico se han diversificado y fortalecido. Una posición estratégica ventajosa sólo se obtiene a través de la combinación simultánea de tres elementos: tecnología, calidad y costes.
En este contexto, las políticas nacionales vienen severamente condicionadas en sus aspectos más relevantes, quedando un escaso margen de maniobra para desarrollar el modelo de sociedad que ideológicamente puede haberse aceptado como objetivo político.
Una Europa del siglo XXI
El ámbito geopolítico natural de España para la consolidación de las necesarias alianzas estratégicas es, lógicamente, Europa.
La referencia europea es, la más importante de los últimos años para España; el Tratado de Lisboa, hoy en parte cuestionado o en todo caso reorientado, siempre desde una posición histórica y compromiso de nuestro país, que se sintetiza en la necesidad de aceptar como un hecho que existe una nueva realidad internacional y de la necesidad de  asumir que sólo a través de una política económica y fiscal europea común es posible cimentar sólidamente un crecimiento económico sostenido que se sustente en la incorporación de valores que garanticen este objetivo: la innovación tecnológica, la gestión del tiempo, el ocio inteligente, los servicios socialmente avanzados, las nuevas categorías de experiencia, etc.
El aumento brutal del desempleo en la Europa Comunitaria ha hecho
saltar las alarmas y el dumping social es tan real que exigirá acciones
concertadas en el marco europeo de las que será difícil excluirse; parece inevitable una cierta dinámica de igualación de las condiciones sociales de vida y bienestar, a pesar de las reticencias y autoexclusión de algún país que resultará difícilmente sostenible en el tiempo sin auto desvincularse igualmente del marco político comunitario.
Existen dos flujos potentes de sentido contrario: uno, de los trabajadores, hacia los países en los que los beneficios sociales, la posibilidad de empleo y las condiciones de trabajo sean más favorables; y otro, de los empresarios hacia los países en los que las cargas sociales y la flexibilidad del mercado de trabajo favorezcan una mayor competitividad y un mayor margen de beneficio. Estos dos flujos son una fuente potencial de desequilibrio interno y una amenaza a la solidaridad y la cohesión comunitarias que tan necesarias resultan para enfrentar las turbulencias y desafíos de una economía mundial acuciada por serios desequilibrios e insuficiencias.
 Los fondos de cohesión social y los fondos estructurales, cuya cuantía no es ni mucho menos despreciable, persiguen, un equilibrio mas adecuado en las estructuras económicas y sociales de los países comunitarios; pero no son suficientes. La Carta Social Europea,  reconociendo unos derechos para todos los trabajadores comunitarios es el principal instrumento de nivelación, así como la más sólida garantía frente a los embates ideológicos conservadores  que propugnan un desmantelamiento, vía privatización, de los recursos sociales que garantizan la equidad y plasman la solidaridad  social.
 Sin embargo, la viabilidad de las políticas sociales exige una política económica y fiscal europea competitiva y equilibrada que permita utilizar adecuadamente las sinergias para consolidar a Europa como centro de poder económico.
 En la vertiente social, hemos de considerar que en el pasado, la pobreza estaba ligada básicamente a situaciones de marginación, de explotación laboral o a la existencia de grandes capas de población rural sin acceso a la propiedad de la tierra y con empleo agrario temporero y mal pagado; hoy en día, el fenómeno del desempleo crónico aparece como el principal causante de la pobreza.
Parece demostrado que los impactos negativos de las crisis económicas no se recuperan totalmente en las épocas subsiguientes de crecimiento, lo que indica que la recesión actual dejará un nivel de desempleo estructural que se añadirá al existente con anterioridad, lo que posiblemente suponga un incremento de las situaciones de pobreza en toda Europa y en nuestro país.
En este marco económico y social, evidente y tangible, se está consolidando en Europa una sociedad dual paradigma del nuevo modelo de desarrollo capitalista.
La prioridad de la lucha contra esta sociedad dual ha de formar parte de los imperativos éticos del  socialismo democrático. Los ideales de equidad y solidaridad deben hacerse tangibles en propuestas políticas que aborden simultáneamente las reformas estructurales capaces de abrir un horizonte de desarrollo sostenido y las medidas de protección que sostengan socialmente a los sectores más desfavorecidos. El papel del Estado del Bienestar ha sido y es crucial para desarrollar dichos ideales y, en definitiva, para garantizar un nivel mínimo de soporte social a todos los ciudadanos, que impida referirse a la pobreza en Europa como algo que amenaza directamente la propia dignidad humana.
 Sin embargo, la acción del estado social se ha orientado durante los últimos años más a las medidas de protección, que al desarrollo de reformas estructurales que acomoden los factores productivos y el marco socio-laboral al impacto de las tecnologías y de la competencia global .Hoy en día, la solidaridad pasa por garantizar un efectiva equidad que sitúe a los estados, a las regiones y a los ciudadanos en condiciones de afrontar su propio futuro con el apoyo de los demás.
Una política que no consiga simultanear la concreción de una solidaridad auténtica y el impulso de las propias capacidades en infraestructuras, educación, investigación, dinamización social, incentivos, etc. no conseguirá optimizar el equilibrio deseable entre eficiencia técnica y distributiva que debe ser el objetivo de cualquier política de progreso en el nuevo orden social que constituye el escenario de mañana mismo.

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