La acción
política no puede plantearse en el vacío, la realidad social es compleja y
multidimensional.
Las políticas
nacionales vienen severamente condicionadas en sus aspectos más relevantes,
quedando un escaso margen de maniobra para desarrollar el modelo de sociedad
que ideológicamente puede haberse aceptado como objetivo político.
El ámbito
geopolítico natural de España es Europa.
Sólo a través
de una política económica y fiscal europea común es posible cimentar sólidamente
un crecimiento económico sostenido.
La Carta Social Europea es el principal instrumento de nivelación,
así como la más sólida garantía frente a los embates ideológicos conservadores
que propugnan un desmantelamiento, vía privatización, de los recursos sociales
que garantizan la equidad y plasman la solidaridad social; pero la viabilidad de las políticas sociales exige una
política económica y fiscal europea competitiva y equilibrada que permita
utilizar adecuadamente las sinergias
El desempleo
crónico aparece como el principal causante de la pobreza y la recesión actual
dejará un nivel de desempleo estructural que se añadirá al existente con
anterioridad. En este marco se está consolidando en Europa una sociedad dual.
Los ideales de equidad y solidaridad deben hacerse tangibles a través de un
Estado del Bienestar que ha sido y es crucial para desarrollar dichos ideales.
La acción política
no puede plantearse en el vacío; el proceso de análisis de la realidad, máxime
cuando ésta es tan compleja como lo es hoy, sirve para conocer y entender los
parámetros básicos de la sociedad civil y su contexto social y además,
para evitar una fuga irreflexiva hacia adelante que, sin asumir los retos y
condicionantes del mundo real, se evada en la neutralidad de la lógica
de las ideas, alejándose así de la ética social en la que cualquier
propuesta política debe sustentarse.
La realidad
social es compleja y multidimensional, y, sería ingenuo y pretencioso intentar
hacer un análisis global de los aspectos políticos, económicos y sociales, que
hoy son objeto de estudio de numerosos y cualificados grupos de investigación
social; pero sí pensamos que puede ser útil, para dinamizar el debate, y apuntar
algunas claves que inciden particularmente en la estructuración del discurso
que los nuevos tiempos reclaman.
Durante las
últimas décadas, la sociedad internacional ha ido progresando hacia un mundo
mucho más globalizado e interdependiente que en el pasado, no sólo a nivel económico
sino también, política, social y culturalmente.
El peso de las
materias primas en el comercio internacional, (productos agrarios, minería,
materias primas industriales, etc.), ha disminuido en un comercio dominado
mayoritariamente por los bienes de consumo, los servicios, la tecnología y los
capitales, condenando a un estado de pobreza dramático a decenas de países que,
incluso siendo ricos en recursos naturales, carecen de las infraestructuras,
tecnología y capital necesarios para competir en posición ventajosa. Los países
productores de petróleo, a gran escala, serían una excepción a esta tendencia.
Por otro lado,
la flexibilización del mercado de capitales, la transportabilidad de la
tecnología y el empleo de mano de obra precaria, barata y disciplinada ha
permitido la obtención de niveles muy elevados de productividad y
competitividad al concentrar una parte importante de la producción de bienes de
consumo en determinadas zonas de influencia, sobre todo del Extremo Oriente.
La
internacionalización de la sociedad es, pues, algo más que un enunciado
retórico: es, antes que nada, una realidad económica. La creación de la riqueza
no es ya algo que se produzca básicamente en los ámbitos regionales o locales, sino a través
de los intercambios en un mercado mundial más globalizado, interdependiente y competitivo.
Los centros de poder económico se han diversificado y fortalecido. Una posición
estratégica ventajosa sólo se obtiene a través de la combinación simultánea de
tres elementos: tecnología, calidad y costes.
En este
contexto, las políticas nacionales vienen severamente condicionadas en sus
aspectos más relevantes, quedando un escaso margen de maniobra para desarrollar
el modelo de sociedad que ideológicamente puede haberse aceptado como objetivo
político.
Una
Europa del siglo XXI
El ámbito
geopolítico natural de España para la consolidación de las necesarias alianzas
estratégicas es, lógicamente, Europa.
La referencia
europea es, la más importante de los últimos años para España; el Tratado de
Lisboa, hoy en parte cuestionado o en todo caso reorientado, siempre desde una
posición histórica y compromiso de nuestro país, que se sintetiza en la
necesidad de aceptar como un hecho que existe una nueva realidad internacional
y de la necesidad de asumir que sólo a
través de una política económica y fiscal europea común es posible cimentar
sólidamente un crecimiento económico sostenido que se sustente en la incorporación
de valores que garanticen este objetivo: la innovación tecnológica, la gestión
del tiempo, el ocio inteligente, los servicios socialmente avanzados, las
nuevas categorías de experiencia, etc.
El aumento
brutal del desempleo en la Europa Comunitaria ha hecho
saltar las alarmas y el dumping social es tan real que exigirá acciones
concertadas en el marco europeo de las que será difícil excluirse; parece inevitable una cierta dinámica de igualación de las condiciones sociales de vida y bienestar, a pesar de las reticencias y autoexclusión de algún país que resultará difícilmente sostenible en el tiempo sin auto desvincularse igualmente del marco político comunitario.
saltar las alarmas y el dumping social es tan real que exigirá acciones
concertadas en el marco europeo de las que será difícil excluirse; parece inevitable una cierta dinámica de igualación de las condiciones sociales de vida y bienestar, a pesar de las reticencias y autoexclusión de algún país que resultará difícilmente sostenible en el tiempo sin auto desvincularse igualmente del marco político comunitario.
Existen dos
flujos potentes de sentido contrario: uno, de los trabajadores, hacia los
países en los que los beneficios sociales, la posibilidad de empleo y las
condiciones de trabajo sean más favorables; y otro, de los empresarios hacia
los países en los que las cargas sociales y la flexibilidad del mercado de
trabajo favorezcan una mayor competitividad y un mayor margen de beneficio.
Estos dos flujos son una fuente potencial de desequilibrio interno y una
amenaza a la solidaridad y la cohesión comunitarias que tan necesarias resultan
para enfrentar las turbulencias y desafíos de una economía mundial acuciada por
serios desequilibrios e insuficiencias.
Los fondos de
cohesión social y los fondos estructurales, cuya cuantía no es ni mucho menos
despreciable, persiguen, un equilibrio mas adecuado en las estructuras
económicas y sociales de los países comunitarios; pero no son suficientes. La Carta Social Europea, reconociendo unos derechos para todos los
trabajadores comunitarios es el principal instrumento de nivelación, así como
la más sólida garantía frente a los embates ideológicos conservadores que propugnan un desmantelamiento, vía
privatización, de los recursos sociales que garantizan la equidad y plasman la
solidaridad social.
Sin embargo,
la viabilidad de las políticas sociales exige una política económica y fiscal
europea competitiva y equilibrada que permita utilizar adecuadamente las
sinergias para consolidar a Europa como centro de poder económico.
En la vertiente social, hemos de considerar
que en el pasado, la pobreza estaba ligada básicamente a situaciones de
marginación, de explotación laboral o a la existencia de grandes capas de
población rural sin acceso a la propiedad de la tierra y con empleo agrario
temporero y mal pagado; hoy en día, el fenómeno del desempleo crónico
aparece como el principal causante de la pobreza.
Parece
demostrado que los impactos negativos de las crisis económicas no se recuperan
totalmente en las épocas subsiguientes de crecimiento, lo que indica que la
recesión actual dejará un nivel de desempleo estructural que se añadirá al existente
con anterioridad, lo que posiblemente suponga un incremento de las situaciones
de pobreza en toda Europa y en nuestro país.
En este marco
económico y social, evidente y tangible, se está consolidando en Europa una sociedad
dual paradigma del nuevo modelo de desarrollo capitalista.
La prioridad
de la lucha contra esta sociedad dual ha de formar parte de los imperativos
éticos del socialismo democrático. Los
ideales de equidad y solidaridad deben hacerse tangibles en propuestas
políticas que aborden simultáneamente las reformas estructurales capaces de
abrir un horizonte de desarrollo sostenido y las medidas de protección que
sostengan socialmente a los sectores más desfavorecidos. El papel del Estado
del Bienestar ha sido y es crucial para desarrollar dichos ideales y, en
definitiva, para garantizar un nivel mínimo de soporte social a todos los ciudadanos,
que impida referirse a la pobreza en Europa como algo que amenaza directamente
la propia dignidad humana.
Sin embargo, la acción del estado social se ha
orientado durante los últimos años más a las medidas de protección, que al
desarrollo de reformas estructurales que acomoden los factores productivos y el
marco socio-laboral al impacto de las tecnologías y de la competencia global .Hoy
en día, la solidaridad pasa por garantizar un efectiva equidad que sitúe a los
estados, a las regiones y a los ciudadanos en condiciones de afrontar su propio
futuro con el apoyo de los demás.
Una política
que no consiga simultanear la concreción de una solidaridad auténtica y el
impulso de las propias capacidades en infraestructuras, educación, investigación,
dinamización social, incentivos, etc. no conseguirá optimizar el equilibrio
deseable entre eficiencia técnica y distributiva que debe ser el objetivo de cualquier
política de progreso en el nuevo orden social que constituye el escenario de
mañana mismo.
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