jueves, 9 de enero de 2014

CRISIS ECONÓMICA Y ESTADO DE BIENESTAR

Es bien sabido que las Instituciones del Bienestar forman parte de las señas de identidad del pensamiento socialdemócrata con la misma fuerza con que el mercado lo hace en cuanto a la ideología liberal.
No es de extrañar, por tanto, que hoy en día el ámbito de los servicios públicos sea el escenario del debate ideológico donde las dos opciones pugnan por imponer sus lógicas.
Ante una crisis como esta, soy partidario de poner límites a lo superfluo para consolidar lo esencial. Lo superfluo, se ha desarrollado por un déficit planificador de tal suerte que hoy nos encontramos con instrumentos obsoletos, muy costosos y sin utilidad que solo han respondido a intereses concretos, en ocasiones espurios, amparados por el demagógico “todos tenemos derecho a todo y a la puerta de casa”.
Entiéndase bien, no estoy diciendo que poner límites sea el primer paso para otras estrategias. Abordar los puntos débiles del sistema es hacerlo menos vulnerable.
Las demandas sociales sobre el Estado de Bienestar son crecientes y la priorización y/o discriminación positiva de las mismas es la única estrategia razonable para poder atender más integralmente las demandas de los sectores más desprotegidos.
Los condicionantes económicos, la eficiencia distributiva y la capacidad técnica han de ser el trípode sobre el que construyamos la salida a la situación actual. Siempre desde el estímulo al potencial productivo y la aplicación del esfuerzo personal como ética colectiva y garantía de equidad.


Es bien sabido que las Instituciones del Bienestar forman parte de las señas de identidad del pensamiento socialdemócrata con la misma fuerza con que el mercado lo hace en cuanto a la ideología liberal.

No es de extrañar, por tanto, que hoy en día el ámbito de los servicios públicos sea el escenario del debate ideológico donde las dos opciones pugnan por imponer sus lógicas.

Ambas visiones compiten para obtener la adhesión de los ciudadanos; pero también deben competir en el terreno de la eficacia y de la eficiencia, porque los recursos son cada vez más escasos en relación no solo con las demandas, sino también con las necesidades de los ciudadanos.

Es necesario señalar que sin suficiencia y control financiero, eficiencia económica y legitimación social, el Estado de Bienestar de España tendrá dificultades serias a corto plazo, porque ya no es posible sostener una política de protección social sólo a partir de la capacidad normativa.

Es, pues, un problema esencialmente político que debe ser resuelto en ese ámbito, como responsable de la definición y de la orientación estratégica del sistema. En modo alguno puede definirse de hecho en los ámbitos de la gestión, lo cual no es infrecuente.

En los centros de gasto esas situaciones surgen con especial frecuencia en tiempos de crisis económicas que se expresan en presupuestos ajustados e irreales.

Ante una crisis como esta, soy partidario de poner límites a lo superfluo para consolidar lo esencial. Lo superfluo, se ha desarrollado por un déficit planificador de tal suerte que hoy nos encontramos con instrumentos obsoletos, muy costosos y sin utilidad que solo han respondido a intereses concretos, en ocasiones espurios, amparados por el demagógico “todos tenemos derecho a todo y a la puerta de casa”.

Entiéndase bien, no estoy diciendo que poner límites sea el primer paso para otras estrategias. Abordar los puntos débiles del sistema es hacerlo menos vulnerable.

El Estado de Bienestar ha sido posible desde la cooperación de los tres vértices del denominado triángulo del bienestar: el Estado, el mercado y la sociedad civil, cada uno con su correspondiente instrumento: el poder, el dinero y la solidaridad.

El balance de estos tres ángulos, determina el modelo de Estado de Bienestar que desarrolla cada sociedad.

La globalización de las economías y de los mercados, así como el impacto de las nuevas tecnologías plantean problemas para fortalecer las bases del progreso social y de la solidaridad. Aunque no sea factible una política  que actúe de espaldas a la realidad internacional, no es aceptable que sea el presidente del Banco Central Europeo  quien determine, de hecho, entre otras cosas, la limitación del gasto público, debilitando el Estado de Bienestar, para “devolver la credibilidad de España ante los mercados de capitales”, a la vez que sitúa en almoneda la propia soberanía española. La coyuntura actual en materia económica viene determinada porque las orientaciones básicas de política económica  no se toman en España y la política monetaria la establece el Banco Central Europeo, lo que obliga a trabajar con precisión bien afinada en la defensa de nuestro Estado de Bienestar, porque confrontamos  con una institución no interesada en la protección social, de dudosa calidad democrática que actúa resuelta y poderosamente forzando tanto a Zapatero como a Rajoy a seguir su hoja de ruta

Por otro lado, se tiende a transmitir la sensación de que lo que son en realidad aspectos coyunturales de los periodos de crisis, pueden ser el rostro de una nueva sociedad e intentan presentarse lo que son políticas de ajuste, como recetas válidas para cualquier momento.

No es aceptable la culpabilización al gasto público, como causa de todos los males de la economía y desde la conveniencia de evaluar las deficiencias de los sistemas del bienestar, se da un salto gigantesco y espectacular para establecer la necesidad de dinamitar dichos sistemas y dar paso a un nuevo modelo de relaciones sociales que excluye la solidaridad como valor esencial. Privatización de los servicios públicos y reforma final que minore la recaudación del estado, son conjuntamente con un sistema residual de beneficencia para las situaciones de pobreza, las claves teóricas para la creación de riqueza, de quienes se autodenominan liberales.

El gasto público social sólo puede mantenerse mediante la consolidación de los ingresos procedentes de la recaudación fiscal. Tanto los impuestos directos como el IVA están estrechamente ligados a la actividad económica: rendimiento de las empresas, inversión productiva, consumo privado y salarios.

Magnitudes, todas ellas, no exentas de incertidumbre.

Evidentemente al hablar de ingresos hay que recordar los que podrían obtenerse de la corrección de todo tipo de fraude. Según recientes datos de los Técnicos del Ministerio de Hacienda, grandes empresas y grandes fortunas concentran el 71,8% del fraude fiscal, lo que supone una pérdida recaudatoria para  el Estado de más de 42.000 millones anuales, cifra bien superior de las que se anuncian por posibles privatizaciones.

Las demandas sociales sobre el Estado de Bienestar son crecientes y la priorización y/o discriminación positiva de las mismas es la única estrategia razonable para poder atender más integralmente las demandas de los sectores más desprotegidos.

Esta fórmula puede colisionar con los intereses de los sectores sociales que soportan el gasto público, que cada vez en mayor  medida pueden adherirse a posiciones políticas conservadoras que les prometen reducir las cargas sociales y fiscales, privatizar la provisión y la cobertura social, alentando una cultura insolidaria, que constituye la principal amenaza para el Estado de Bienestar.

Llegados a este punto, los Gobiernos necesariamente han de volver la vista hacia la sociedad civil en su conjunto, que habrá de ser quien a través de su más caracterizado vector, cual es el de la solidaridad, module aquellos aspectos que se vieran desde la sociedad como excesos del Estado o del mercado.

En ese sentido, el primer paso ha de ser alentar un pacto entre la sociedad civil y el Estado.

El papel de la sociedad civil es crucial y dejada a su evolución natural o inadecuadamente orientada puede conducirnos a una sociedad insolidaria, marginadora, partidaria de la privatización de servicios esenciales, en la que el fraude y la insumisión fiscal, la explotación de una fuerza de trabajo precaria, la actividad laboral sumergida, la desafección del Estado y de las instituciones democráticas y “el sálvese quien pueda” se conviertan en las características definitorias de la nueva sociedad.

Hemos en suma de actualizar, redefiniendo el Estado de Bienestar, adecuándolo primero al momento de crisis con sus específicas prioridades y después a los perfiles que definen esta sociedad.

Los condicionantes económicos, la eficiencia distributiva y la capacidad técnica han de ser el trípode sobre el que construyamos la salida a la situación actual. Siempre desde el estímulo al potencial productivo y la aplicación del esfuerzo personal como ética colectiva y garantía de equidad.

A mi juicio será determinante acertar en la articulación de la sociedad civil para frenar las corrientes culturales dominantes, y consolidar definitivamente el nuevo Estado de Bienestar, afirmando el mundo platónico de las ideas.


Pedro Sabando Suárez






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