Los
procesos adaptativos en las profesiones modernas son mucho más eficaces y
ágiles que en las que -como la Medicina y el Derecho, por ejemplo- han
alcanzado un elevado grado de institucionalización. La Medicina moderna debe adaptarse
a las nuevas realidades sociales, demográficas, económicas, tecnológicas y
políticas, sin que quepa interpretar éstas como el simple resultado de la
acción reguladora arbitraria del poder
sanitario (ya sea éste el Estado y/o los grupos empresariales del
sector).
Este
proceso adaptativo es difícil y conflictivo, porque choca de lleno con los valores tradicionales más importantes de
la profesión: autonomía, relación benéfica, e incondicional con el paciente,
desarrollo científico y tecnológico sólo condicionado por el estado de la
Ciencia en cada momento, autonomía plena y con acceso ilimitado a los recursos
disponibles y un elevado estatus profesional y personal -nivel de renta,
prestigio, poder fáctico, etc., como
miembros de la comunidad.
El tercer vértice del triángulo, junto con la Profesión Médica y el poder sanitario, son los ciudadanos, en su rol de pacientes. Los nuevos cuadros de valores firmemente instalados son más pragmáticos, utilitarios, e individualistas. Han caído grandes mitos y, entre ellos, el mito del Profesional como autoridad experta en un área de conocimientos expresamente reservada a su ámbito de actuación.
El ciudadano desempeña un rol político más
relevante que hace unas décadas y un rol social, mucho más activo. De la beneficencia a los derechos, también en el
acceso y uso de los servicios sanitarios. Ello lleva implícito un escrutinio
mucho más severo de los servicios profesionales recibidos y, aunque la Medicina
sigue poseyendo un halo de respetabilidad social muy alto, el reforzamiento del
rol de ciudadano más informado
y exigente se deja sentir claramente entre los médicos.
Si
a ello le añadimos que las exigencias son sensiblemente superiores, sobre todo,
en cuanto a confort, trato personal, accesibilidad e inmediatez, etc., podremos
concluir que emerge y parece asentarse sólidamente un nuevo marco de relaciones
entre el ciudadano, los servicios sanitarios y los profesionales de la salud.
El fuerte desarrollo del sistema sanitario no se ha realizado exclusivamente en base a la Medicina; sino que también se ha consolidado la enfermería y han ido emergiendo (técnicos, salubristas, pedagogos, dietistas, químicos, físicos, biólogos, informáticos, etc.) nuevas profesiones cualificadas que han pasado a desempeñar un papel esencial en las modernas organizaciones sanitarias. Las fronteras que separan a las diferentes profesiones se han ido difuminando y los puntos de fricción y colisión entre ellas han ido aumentando.
Por
último, el fuerte desarrollo de la concepción empresarial de las organizaciones
sanitarias -privadas, pero también públicas- ha introducido nuevas culturas y
lenguajes en el mundo profesional y, sobre todo, ha supuesto la necesaria
complementariedad de las decisiones médica y gerencial. La inclusión de estas culturas y lenguajes
(eficiencia, costes, recursos, rentabilidad, evaluación externa, estrategia
empresarial, cartera de servicios, efectividad, calidad, satisfacción de
clientes...) es sumamente difícil y produce resistencias lógicas.
Todo lo anterior conforma un panorama difícil para la Profesión Médica, en todos los sistemas y países; cual es la necesaria adaptación a una realidad inevitable que se ve dificultada por el desarrollo de un creciente malestar, de la percepción de amenaza a valores y estatus, de resistencias a los cambios y de una cierta -y creciente- fragmentación interna en la profesión.
Ello da lugar a una cierta culpabilización recíproca, con la Institución Médica desarrollando sentimientos de amenaza a sus valores que atribuyen al poder sanitario, y éste desarrollando a su vez una preocupación cada vez más alta acerca de las consecuencias de la toma de decisiones sobre el gasto, la eficiencia, rentabilidad y efectividad de los servicios de salud.
La
situación descrita es complicada de resolver, pero, sin duda, la mutua
culpabilización sólo produce anticuerpos
en ambas instituciones y paraliza la posibilidad de entendimiento; es
por tanto necesario, para la salud del
sistema un gran entendimiento, derivado de la comprensión de la realidad.
Las relaciones entre Medicina y Sociedad nunca han estado libres de tensiones; pero, exige una creciente mentalización de la Profesión Médica con respecto a un nuevo tipo de organización profesional al servicio de la sociedad y que, precisamente en ello, encuentre potenciado su rol social como Institución perdurable y necesaria.
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