lunes, 13 de enero de 2014

EL DESACOPLAMIENTO DE LAS CLASES MEDIAS

En varios artículos he hecho referencia al llamado “desacoplamiento” de las clases medias respecto al Estado de Bienestar; pero tengo la sensación que no he señalado con suficiente amplitud y claridad una realidad sociológica de gran importancia en un país como el nuestro, de manera especial en un periodo de crisis económica.
Este fenómeno hace referencia a la dualización de la Sociedad entre un sector activo: una clase media confortablemente instalada en el sistema capitalista, y los sectores pasivos: aquellos que han salido del mercado de trabajo o no han llegado a entrar nunca en él.


En varios artículos he hecho referencia al llamado “desacoplamiento” de las clases medias respecto al Estado de Bienestar; pero tengo la sensación que no he señalado con suficiente amplitud y claridad una realidad sociológica de gran importancia en un país como el nuestro, de manera especial en un periodo de crisis económica.
Durante los últimos años, se viene produciendo lo que en Economía Política denominan “decoupling” que podríamos traducir como «desenganche, desconexión o desacoplamiento».
Este fenómeno hace referencia a la dualización de la Sociedad entre un sector activo: una clase media confortablemente instalada en el sistema capitalista, y los sectores pasivos: aquellos que han salido del mercado de trabajo o no han llegado a entrar nunca en él.
Lógicamente el sector activo es quien básicamente financia los Servicios que presta el Estado, bien mediante el sistema fiscal, bien mediante sus cotizaciones a los sistemas de Seguridad Social. Estas clases medias contemplan cómo van reduciéndose en volumen relativo especialmente a causa del envejecimiento poblacional y el desempleo estructural, de manera que cada vez menos personas financian los servicios sociales de más individuos.
Cuando valores sociales relevantes, como la solidaridad y la igualdad, pasan a segundo plano, tal como sucede en los últimos tiempos, el «cemento» que cohesiona la sociedad se reblandece y pierde consistencia. Los sectores activos miran cada vez con mayor desconfianza a un Estado Robin Hood, que despoja de sus rentas a los activos (los “ricos”) para mantener a los pasivos (“los pobres”). Y desde esa elemental perspectiva no resulta extraño que cada vez goce de mayor predicamento la propuesta conservadora de aminorar el esfuerzo fiscal, a cambio de colocar en el mercado servicios esenciales que hoy presta el Estado (educación, sanidad, pensiones).
 Por si el componente ideológico y cultural no fuese suficiente, la delicada situación de la educación o de la sanidad y las incertidumbres sobre el futuro de las pensiones provoca que entre los activos se vayan buscando soluciones privadas a la educación de los hijos, a la asistencia sanitaria o a las futuras pensiones.
Si esta tendencia se consolidara no se ven las razones para que este sector de la sociedad otorgara su voto a partidos (le izquierda que ofrezcan electoralmente educación pública, sanidad pública y un sistema (le pensiones financiado por el Estado.
Por el contrario, estas amplias capas medias apoyarán cada vez en mayor medida las posiciones políticas conservadoras que prometen reducir las cargas fiscales a cuyas expensas financiarían su opción personal, alentando una cultura insolidaria del “sálvese quien pueda”, constituyéndose en la principal amenaza para el Estado de Bienestar y visualizando políticamente el efecto del desenganche o desacoplamiento.
Es esencial, por tanto, para el pensamiento de izquierdas desarrollar una postura proactiva en defensa del Estado (le Bienestar enfatizando sus propios valores para todos los ciudadanos, a partir de tres argumentos básicos. El primero garantizar el futuro mediante una doble actuación por un lado, establecer el nivel de inversión pública, sobre la riqueza nacional, que el Estado esté en condiciones de permitirse y ligar los presupuestos sociales a este objetivo, y por otro asegurar una cartera (le servicios públicos para todos los ciudadanos con un sistema (le garantías de estos derechos reconocidos.
El segundo argumento ha de ser el compromiso nítido y avanzado de eficiencia y eficacia en este conjunto de prestaciones y servicios. Proporcionar servicios de calidad a los ciudadanos y proclamarlo es un imperativo moral y político.

 El tercero y último argumento es la lucha contra el fraude y los abusos en el sistema colectivo, de protección social, restando cualquier matiz comprensivo con quienes defrauden o manipulen en su favor las reglas democráticas del juego.

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