La incertidumbre económica
cuestiona las políticas públicas y orienta el modelo de satisfacción hacia la
lógica del mercado.
El conocimiento empírico de
la realidad nos pone de manifiesto que el mercado no da respuesta a los problemas
sociales, ni proporciona la respuesta a importantes necesidades humanas,
individuales y colectivas.
Los sistemas de provisión
pública deberán perfeccionar sus hábitos de funcionamiento, así como sus
presupuestos teóricos.
Mejorar la interdependencia
y la eficacia de cada uno de los subsistemas es un desafío de los gobiernos.
¿Cómo puede, en definitiva,
la Socialdemocracia
adaptarse a la nueva situación sin renunciar a sus señas de identidad
ideológicas? Pienso que habrá de recoger todos
aquellos aspectos que vinculados a sus señas de identidad han demostrado
su virtualidad en distintos momentos de nuestras sociedades, haciendo más
felices y más libres a las personas.
La incertidumbre económica nacional e internacional, y el déficit de cohesión social impulsado por una corriente de utilitarismo creciente facilitan “la infiltración ideológica” que cuestiona las políticas públicas socialmente avanzadas, e induce a deslegitimar la cultura del consenso social y a orientar el modelo de satisfacción de las necesidades humanas, hacia la lógica del mercado como fuerza motriz dominante.
Ello viene reforzado por la
prepotencia cultural del pensamiento neoliberal en el mundo desarrollado, que
está entrando a formar parte esencial de la constelación de valores del ciudadano occidental.
Ahora bien, el conocimiento
empírico de la realidad nos pone de manifiesto que el mercado por si mismo
y la visión de la competividad como un
fin en si mismo, no dan respuesta a los problemas sociales, ni optimizan las
funciones productivas, ni son capaces de proporcionar la respuesta efectiva a
importantes necesidades humanas, individuales y colectivas.
Además, el mercado
fragmenta, lejos de integrar los intereses de la sociedad. Debiéramos, por
tanto, preguntarnos para qué queremos el pragmatismo y la racionalidad
económica, sino para hacer más felices, más seguros, más libres, más apoyados y
más confiados a los ciudadanos, dimensiones de la esfera humana que el
mercado no prioriza ni satisface.
Sin embargo, los
importantes valores éticos, económicos, políticos y sociales que han sustentado
la acción del Estado desde una visión socialdemócrata están siendo, en los
últimos años, cuestionados desde la filosofía neoconservadora, al entender que
el impulso de las políticas del bienestar cercenan el crecimiento económico y el desarrollo
productivo, enfatizando además en el endeudamiento de las instituciones
sociales, la ineficiencia y el despilfarro de las administraciones
públicas como inductores de los desequilibrios económicos existentes en el
país.
La necesidad de retomar el
control de nuestro futuro, ratificándonos en la plena validez de los
fundamentos sociales de un modelo eficaz y distributivo de desarrollo económico,
está plenamente legitimado para articular un sistema de solidaridad que, además
de moralmente justo, ha sido y es práctico e imprescindible.
La dimensión ética del
sistema que ha modificado el diseño tradicional del capitalismo industrial, en
el contexto de las sociedades desarrolladas, ha permitido generar un avance de
la economía de bienestar y unas utilidades sociológicas que no conviene olvidar
en el debate y en la reflexión ideológica sobre el papel determinante de la acción del
Estado sobre los diferentes subsistemas sociales.
Ha sido también determinante
como factor anticíclico en momentos de recesión económica, como regulador
indirecto de la distribución de rentas, ha fomentando la investigación y la innovación
tecnológica. Ha hecho posible la generación de empleo socialmente útil, como
impulsor de riqueza multisectorial, como elemento estructural corrector de las
desigualdades sociales o, en su esencia más pura, como limitador de los
sufrimientos humanos.
Sin embargo, hoy sabemos
que no basta con ratificar estos importantes valores sociales que han
representado un grado de prosperidad y desarrollo del bienestar muy importante
en el siglo pasado y no basta porque la sociedad y los ciudadanos que la dinamizan
también han cambiado y son cada vez más expertos, más exigentes y más activos
en sus demandas a los poderes públicos.
Es por ello que los
sistemas de provisión pública deberán perfeccionar sus hábitos de
funcionamiento, así como sus presupuestos teóricos y sus relaciones con la sociedad y, por
tanto, estarán obligados inevitablemente a integrar una nueva cultura más
arraigada a las sensibilidades cambiantes de la sociedad.
Afortunadamente “el
ciudadano de a pie” interpreta la lógica económica y la riqueza del país no
sólo por las macromagnitudes relacionadas con el PIB, los niveles de renta, etc.,
sino, fundamentalmente, a través de otros indicadores que afectan más
directamente a su modus vivendi y a su bienestar general como la salud,
la cultura, el medio ambiente, la protección ante los riesgos, la seguridad, la
calidad de vida, que han de contemplarse explícitamente en el proyecto socialdemócrata.
Mejorar la interdependencia
y la eficacia de cada uno de los subsistemas que proporcionan conjuntamente
valor social y confort personal a los ciudadanos es un desafío de los gobiernos
y sus administraciones públicas para esta época.
El sistema democrático, a
través de sus instituciones representativas y el desarrollo de las políticas
públicas apropiadas, encuentra su plena
legitimación si gestiona eficientemente los recursos limitados que se le asignan, optimiza la eficacia de los dispositivos productivos sociales y presta servicios de calidad a los ciudadanos.
legitimación si gestiona eficientemente los recursos limitados que se le asignan, optimiza la eficacia de los dispositivos productivos sociales y presta servicios de calidad a los ciudadanos.
¿Cómo puede, en definitiva,
la Socialdemocracia
adaptarse a la nueva situación sin renunciar a sus señas de identidad
ideológicas? Pienso que habrá de recoger todos
aquellos aspectos que vinculados a sus señas de identidad han demostrado
su virtualidad en distintos momentos de nuestras sociedades, haciendo más
felices y más libres a las personas.
Será necesario incorporar,
también, las nuevas demandas, fruto de problemas
que afectan al modo de vivir y al bienestar general, elaborando una puesta al día
de los presupuestos ideológicos; pero, en esta tarea de renovación ideológica,
el problema principal, como se ha dicho con fundamento, consiste en saber hasta
dónde hay que llegar, sin destruir en el
interior lo que uno se esfuerza en defender en el exterior”.
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