jueves, 6 de febrero de 2014

UN APUNTE SOCIALDEMÓCRATA

La incertidumbre económica cuestiona las políticas públicas y orienta el modelo de satisfacción hacia la lógica del mercado.
El conocimiento empírico de la realidad nos pone de manifiesto que el mercado no da respuesta a los problemas sociales, ni proporciona la respuesta a importantes necesidades humanas, individuales y colectivas.
Los sistemas de provisión pública deberán perfeccionar sus hábitos de funcionamiento, así como sus presupuestos teóricos.
Mejorar la interdependencia y la eficacia de cada uno de los subsistemas es un desafío de los gobiernos.
¿Cómo puede, en definitiva, la Socialdemocracia adaptarse a la nueva situación sin renunciar a sus señas de identidad ideológicas? Pienso que habrá de recoger todos  aquellos aspectos que vinculados a sus señas de identidad han demostrado su virtualidad en distintos momentos de nuestras sociedades, haciendo más felices y más libres a las personas.

La incertidumbre económica nacional e internacional, y el déficit de cohesión social impulsado por una corriente de utilitarismo creciente facilitan “la infiltración ideológica” que cuestiona las políticas públicas socialmente avanzadas, e induce a deslegitimar la cultura del consenso social y a orientar el modelo de satisfacción de las necesidades humanas, hacia la lógica del mercado como fuerza motriz dominante.
Ello viene reforzado por la prepotencia cultural del pensamiento neoliberal en el mundo desarrollado, que está entrando a formar parte esencial de la constelación  de valores del ciudadano occidental.
Ahora bien, el conocimiento empírico de la realidad nos pone de manifiesto que el mercado por si mismo y  la visión de la competividad como un fin en si mismo, no dan respuesta a los problemas sociales, ni optimizan las funciones productivas, ni son capaces de proporcionar la respuesta efectiva a importantes necesidades humanas, individuales y colectivas.
Además, el mercado fragmenta, lejos de integrar los intereses de la sociedad. Debiéramos, por tanto, preguntarnos para qué queremos el pragmatismo y la racionalidad económica, sino para hacer más felices, más seguros, más libres, más apoyados y más confiados a los ciudadanos, dimensiones de la esfera humana que el mercado no prioriza ni satisface.
Sin embargo, los importantes valores éticos, económicos, políticos y sociales que han sustentado la acción del Estado desde una visión socialdemócrata están siendo, en los últimos años, cuestionados desde la filosofía neoconservadora, al entender que el impulso de las políticas del bienestar cercenan el  crecimiento económico y el desarrollo productivo, enfatizando además en el endeudamiento de las instituciones sociales, la ineficiencia y el despilfarro de las administraciones públicas como inductores de los desequilibrios económicos existentes en el país.
La necesidad de retomar el control de nuestro futuro, ratificándonos en la plena validez de los fundamentos sociales de un modelo eficaz y distributivo de desarrollo económico, está plenamente legitimado para articular un sistema de solidaridad que, además de moralmente justo, ha sido y es práctico e imprescindible.
La dimensión ética del sistema que ha modificado el diseño tradicional del capitalismo industrial, en el contexto de las sociedades desarrolladas, ha permitido generar un avance de la economía de bienestar y unas utilidades sociológicas que no conviene olvidar en el debate y en la reflexión ideológica  sobre el papel determinante de la acción del Estado sobre los diferentes subsistemas sociales.
Ha sido también determinante como factor anticíclico en momentos de recesión económica, como regulador indirecto de la distribución de rentas, ha fomentando la investigación y la innovación tecnológica. Ha hecho posible la generación de empleo socialmente útil, como impulsor de riqueza multisectorial, como elemento estructural corrector de las desigualdades sociales o, en su esencia más pura, como limitador de los sufrimientos humanos.
Sin embargo, hoy sabemos que no basta con ratificar estos importantes valores sociales que han representado un grado de prosperidad y desarrollo del bienestar muy importante en el siglo pasado y no basta porque la sociedad y los ciudadanos que la dinamizan también han cambiado y son cada vez más expertos, más exigentes y más activos en sus demandas a los poderes públicos.
Es por ello que los sistemas de provisión pública deberán perfeccionar sus hábitos de funcionamiento, así como sus presupuestos teóricos y  sus relaciones con la sociedad y, por tanto, estarán obligados inevitablemente a integrar una nueva cultura más arraigada a las sensibilidades cambiantes de la sociedad.
Afortunadamente “el ciudadano de a pie” interpreta la lógica económica y la riqueza del país no sólo por las macromagnitudes relacionadas con el PIB, los niveles de renta, etc., sino, fundamentalmente, a través de otros indicadores que afectan más directamente a su modus vivendi y a su bienestar general como la salud, la cultura, el medio ambiente, la protección ante los riesgos, la seguridad, la calidad de vida, que han de contemplarse explícitamente en el proyecto socialdemócrata.
Mejorar la interdependencia y la eficacia de cada uno de los subsistemas que proporcionan conjuntamente valor social y confort personal a los ciudadanos es un desafío de los gobiernos y sus administraciones públicas para esta época.
El sistema democrático, a través de sus instituciones representativas y el desarrollo de las políticas públicas apropiadas, encuentra su plena
legitimación si gestiona eficientemente los recursos limitados que se le asignan, optimiza la eficacia de los dispositivos productivos sociales y presta servicios de calidad a los ciudadanos.
¿Cómo puede, en definitiva, la Socialdemocracia adaptarse a la nueva situación sin renunciar a sus señas de identidad ideológicas? Pienso que habrá de recoger todos  aquellos aspectos que vinculados a sus señas de identidad han demostrado su virtualidad en distintos momentos de nuestras sociedades, haciendo más felices y más libres a las personas.

Será necesario incorporar, también,  las nuevas demandas, fruto de problemas que afectan al modo de vivir y al bienestar general, elaborando una puesta al día de los presupuestos ideológicos; pero, en esta tarea de renovación ideológica, el problema principal, como se ha dicho con fundamento, consiste en saber hasta dónde hay que llegar,  sin destruir en el interior lo que uno se esfuerza en defender en el exterior”. 

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