Los cambios que han
experimentado las sociedades en apenas unos pocos años hacen del último cuarto
del siglo XX y la primera década del XXI, uno de los escenarios más dinámicos
de la historia contemporánea mundial. Estos cambios, que son bien visibles en
el mundo de los hechos, aparecen
más difusos en el mundo de las ideas.
Es necesaria la aparición
de un nuevo discurso que, sin negarse a ver la realidad, diseñe las líneas
maestras de un modelo de desarrollo político, económico y social que asuma simultáneamente la tarea de crear
eficazmente y distribuir solidariamente la riqueza.
Durante las décadas
pasadas, la dialéctica liberalismo-socialdemocracia ha garantizado que, en un
contexto capitalista, se hayan obtenido en Europa avances sociales sin
equivalencia en ningún otro momento de la historia, ni en ninguna otra región
del mundo
En esta situación, cabe
entonces preguntarse: ¿cuáles son las propuestas de la izquierda para el modelo
de desarrollo de la Sociedad
del siglo XXI?
¿Es necesario
cuestionar/reinterpretar los valores sociales tradicionales y/o incorporar
otros nuevos al discurso político de la izquierda? ¿Cuál es el papel de los
partidos de izquierdas en este contexto mundial?
Estas y otras preguntas no
menos importantes deben ser formuladas para que sirvan de guión en la reflexión
colectiva que hoy se entiende necesaria, para elaborar un nuevo discurso
político progresista capaz de proyectarse hacia el siglo XXI.
Los cambios que han experimentado las sociedades en apenas unos pocos años hacen del último cuarto del siglo XX y la primera década del XXI, uno de los escenarios más dinámicos de la historia contemporánea mundial. Estos cambios, que son bien visibles en el mundo de los hechos, aparecen más difusos en el mundo de las ideas.
Para muchos
analistas, uno de los principales problemas que deben ser abordados es, la
falta de adaptación a las nuevas realidades de unas ideologías que parecen haberse
quedado súbitamente obsoletas e inservibles para analizar, entender y movilizar
a las sociedades.
Este colapso
ideológico no afecta únicamente -como en ocasiones se pretende y se vocea- a los dominios
tradicionalmente de izquierdas. Si el derrumbe
de los paradigmas socialistas históricos es evidente, no lo es menos que
las grandes orientaciones liberales no son convincentes para enfrentar los
nuevos retos de una sociedad al tiempo globalizada y fragmentada, en la que se
han trastocado profundamente las relaciones sociales, desde los mercados y los
modelos de producción hasta los valores y los comportamientos sociales.
En distintos
foros, se cuestiona la pervivencia de la dialéctica liberalismo-socialismo
democrático y se proclama de nuevo el ocaso de las ideologías; se anuncia el
advenimiento de una sociedad pragmática e indiferenciada, en la que derecha e izquierda fagocitan sin grandes traumas, importantes segmentos
del discurso ideológico del oponente tradicional. Ya no existen desde la
centralidad lineal de este discurso, dos modelos de sociedad alternativos y las
diferencias programáticas parecen reducirse a aspectos concretos, como la
política fiscal o el tamaño de las Instituciones del Bienestar. La alternancia
en el poder de partidos conservadores y socialdemócratas no produce alteraciones
significativas en el modelo de desarrollo y, como consecuencia del vaciamiento
ideológico, los partidos políticos pueden llegar a convertirse en burocracias
oligárquicas, sujetas a un funcionamiento vertical que oscurece la creación de
ideas y absorbe la libertad del
pensamiento ideológico.
Si alguna conclusión puede extraerse de los acontecimientos políticos económicos y sociales más recientes es que se ha visibilizado la consolidación del modo de producción capitalista que ya se venía anunciando. Las relaciones internacionales, sobre todo en el orden económico, sancionan esta situación, en la que ya no existe un modelo muy diferenciado y por tanto alternativo de sociedad, sino una gama de matices entre el liberalismo más pragmático y una socialdemocracia avanzada.
En el llamado
Nuevo Orden Económico Internacional, los estados ven definido su papel
esencial, así como las reglas de juego
a las que deben someterse para hacer viables sus economías nacionales.
Apenas sí caben heterodoxias en un mundo sometido a la lógica del mercado y la
competitividad, tal y como lo interpretan desde la óptica de sus propios
intereses los grandes centros internacionales de poder económico.
Vivimos un momento
de importante incertidumbre en las economías, en los patrones del comercio
internacional y en el reposicionamiento geopolítico de los países dominantes;
la actual no es una crisis limitada al ámbito de las políticas sociales sino
que se infiltra asimismo en las dimensiones más profundas de nuestra sociedad.
Es, en opinión de distintos pensadores, algo más que una crisis cíclica; más
bien, nos encontraríamos ante un período de transición, en el que la sociedad civil
deberá aceptar un nuevo liderazgo integrador entre los estados y los mercados.
En este
entorno restrictivo, la tendencia es que los discursos internos y las prácticas
políticas de la izquierda europea se mueven entre dos polos: el pragmatismo
neutral, (por conformismo o por escepticismo), y el fundamentalismo verbal,
(por esclerosis o por incapacidad).
Es necesaria la aparición de un nuevo discurso
que, sin negarse a ver la realidad , diseñe las líneas maestras de un modelo de
desarrollo político, económico y social que asuma simultáneamente la tarea de crear eficazmente y distribuir solidariamente
la riqueza; pero ello requiere sensibilidad para capturar las claves esenciales del comportamiento y
necesidades humanas, creatividad
para elaborar propuestas al tiempo innovadoras y realizables y proporcionalidad para encontrar los puntos de
equilibrio en las dicotomías principales que hoy atenazan a la Sociedad:
público-privado, eficacia-equidad, incentivación-solidaridad, mercado-regulación,
competitividad-cooperación, pragmatismo-humanismo, calidad de vida- valores
sociales, gasto público-endeudamiento, políticas sociales- política fiscal,
calidad del empleo-cantidad de empleo, etc.
Durante las décadas
pasadas, la dialéctica liberalismo-socialdemocracia ha garantizado que, en un
contexto capitalista, se hayan obtenido en Europa avances sociales sin
equivalencia en ningún otro momento de la historia, ni en ninguna otra región
del mundo. Ello ha sido consecuencia de la acción política de los estados
-sobre todo, pero no exclusivamente, cuando han sido gobiernos socialdemócratas
los que han dirigido los diferentes países-, pero no es inteligente olvidar que
ha sido factible gracias a la importante creación de riqueza producida
básicamente como consecuencia del desarrollo de un aparato productivo y de un
proceso de acumulación netamente capitalistas. Lo principal para la
distribución de la riqueza, es que exista riqueza que repartir.
No es probable
que, desde la izquierda, se pretenda socavar este modelo de desarrollo, en el
que el capitalismo se ha dotado de un rostro humano y en el que el papel
del Estado se ha reforzado considerablemente
con respecto a los cánones liberales
tradicionales. Por otro lado, ese “rostro humano” se expresa en buena medida por
el Estado de Bienestar, que en este momento es objeto de diatribas en relación
directa con los actuales desequilibrios financieros.
En esta
situación, cabe entonces preguntarse: ¿cuáles son las propuestas de la
izquierda para el modelo de desarrollo de la Sociedad del siglo XXI?
¿Cuáles son las señas de identidad ideológicas del Socialismo democrático de
hoy?
¿Es necesario
cuestionar/reinterpretar los valores sociales tradicionales y/o incorporar
otros nuevos al discurso político de la izquierda? ¿Cuál es el papel de los
partidos de izquierdas en este contexto mundial? ¿Existe una base social
identificable que pueda apoyar activamente las propuestas de avance del Estado
de Bienestar?
Estas y otras
preguntas no menos importantes deben ser formuladas para que sirvan de guión en
la reflexión colectiva que hoy se entiende necesaria. Ningún ámbito
-territorial o social- puede prescindir del cuestionamiento crítico que
suponen, como punto de partida para elaborar un nuevo discurso político
progresista capaz de proyectarse hacia el siglo XXI.
Me gustaría entrevistarte sobre tu gestión en Sanidad con Lluch
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