La
configuración del Sistema Nacional de Salud (SNS) en 1986, a través de la Ley General de Sanidad
y las múltiples ofensivas que ha soportado el Sistema Sanitario Público (SSP),
allí diseñado, aconsejan que revisemos distintos aspectos de SNS, para recordar
la realidad, y evitar nuevos equívocos.
El
SSP. es un esfuerzo que merece la pena porque es de todos y para todos, porque
todos los ciudadanos tienen iguales derechos y obligaciones, y acceden a él por
le mero hecho de serlo.
Es
el SNS, el resultado del esfuerzo de distintas administraciones públicas que
han de adoptar las decisiones coordinadamente cerca de los ciudadanos,
expresando que no todo en la vida encaja en la lógica económica; pero aporta
estabilidad social y se ha consagrado como un sector científico y tecnológico
de vanguardia.
Tony
Benn, referente histórico del laborismo británico, preguntado por los logros
sociales de la izquierda frente a los excesos del capitalismo, respondió: “La
decisión más socialista que hemos tomado en la historia de este país resultó
ser también la más popular: el Servicio Nacional de Salud”, aludía también a la
necesidad de preservar la sanidad pública británica que ha sufrido el ataque
continuado de los conservadores.
Pensando
también en los logros de los gobiernos socialistas en España, es necesario en
la actualidad evaluar la razón de ser de nuestro SNS, que algunos en nuestro
ámbito no entendían y que explica la lentitud en la articulación de su
estructura.
El
Sistema Sanitario Público se construye con las aportaciones de todos y sirve a las
necesidades esenciales de todos; no es un sistema que segrega, sino un sistema
que integra a todos los ciudadanos en torno a importantes valores
sociales, que parten del reconocimiento
de que la protección de la salud y el
acceso a los servicios sanitarios es un derecho fundamental, que la Constitución Española recoge en su
Artículo 14.
El Sistema Sanitario Público tiene su base de funcionamiento en la solidaridad; ello
significa, en primer lugar, que cada ciudadano contribuye en función de sus
posibilidades, mayoritariamente a través del sistema impositivo general y, en segundo lugar, significa que cada ciudadano recibe servicios y prestaciones en función de sus
necesidades. Ambos aspectos se resumen
en que quienes más tienen transfieren a quienes menos tienen.
El
Sistema Sanitario Público, no discrimina por motivos sociales o económicos; sólo discrimina
en función de las necesidades de salud, asignando mayores recursos a
quienes tienen mayores necesidades. Es un sistema equitativo, porque ante la enfermedad y en la salud, todos los ciudadanos tienen
los mismos derechos. Y las mismas obligaciones.
El
único
requisito para acceder plenamente a las prestaciones y
servicios del Sistema Sanitario Público
es ser ciudadano español; no depende de la situación laboral, de la cotización
a la Seguridad Social o de la
declaración de la renta: por eso,
hablamos de que la protección de la Salud y el acceso a los Servicios
Sanitarios es un derecho Ciudadano.
Para estar protegido por el
Sistema Sanitario Público,
no es necesario realizar ningún reconocimiento
médico previo; no se excluye a nadie, ni se fijan tarifas más elevadas por pertenecer a grupos de riesgo o
por presentar condiciones de salud que exijan
fuertes gastos (trasplantes, diálisis, tratamientos
crónicos ), no existen pólizas de
primera y de segunda, no
hay prestaciones o tratamientos vedados a nadie, no hay
períodos de carencia, es decir, que no es necesario haber
cotizado un tiempo determinado para
empezar a tener ciertos derechos, tampoco vence o caduca, ni es necesario renovarlo cada cierto tiempo; y,
sobre todo, en épocas en las
que una familia puede atravesar
problemas económicos graves y ver menguados fuertemente sus ingresos, el seguro
sanitario público, no deja tirado
a nadie: acompaña y protege al
ciudadano desde que nace, hasta que muere.
La
salud no es el resultado de la acción del Sistema Sanitario; es el resultado de
múltiples factores: la educación y el nivel cultural, la vivienda, los hábitos
de alimentación e higiene, la protección social... Por eso, el Sistema Sanitario Público sabe que debe cooperar con todas las Administraciones Públicas para que, cada una
según su especialización funcional, el esfuerzo
conjunto sea algo más que la suma de
los esfuerzos aislados.
El Estado de las Autonomías
establecido en la Constitución Española
se aplica al Sistema Sanitario
Público en la Ley General de Sanidad, que prevé que la atención a los ciudadanos las sostengan los Servicios
Regionales de Salud, todos ellos incardinados en el Sistema Nacional de Salud. Sólo las grandes decisiones estratégicas y aquéllos aspectos que compongan políticas estatales deben ser asumidos por la Administración Central.
Este modelo territorial descentralizado, no quiebra los principios de Equidad y Solidaridad, porque parte del reconocimiento de la igualdad de los ciudadanos de diferentes territorios en cuanto al acceso a las prestaciones y servicios reconocidos por igual a todos ellos. Al mismo tiempo, las grandes decisiones en materia de política y gestión sanitarias deberían adaptarse coordinadamente en el seno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, en el que participan, conjuntamente con la Administración Sanitaria Central, las 17 Administraciones Sanitarias Autonómicas.
El equilibrio en el seno de
las grandes instituciones sociales siempre es delicado; pero en el caso del
Sistema Sanitario Público es más singular, porque se fundamenta en valores
comunes, aceptados y defendidos por la gran mayoría de los ciudadanos y de los
profesionales sanitarios, así como por las Administraciones Públicas
implicadas. Estos valores conforman una cultura común que ha de orientar las
decisiones, tanto estratégicas, como del día a día.
Para el Sistema Sanitario Público, como para todos los servicios
de titularidad pública, la lógica financiera es muy importante, porque es su
garantía de supervivencia; pero no todas las decisiones se soportan en esta
lógica. La relación coste/beneficio, medida en términos económicos -e, incluso,
sanitarios- aconsejaría en infinidad de ocasiones suspender programas y
prestaciones, o no establecer dispositivos asistenciales, por ejemplo, en zonas
de escasa densidad de población.
Pero existe otra lógica, la
ética, que orienta al sistema: el Estado ha firmado un pacto tácito con los
ciudadanos, por el que se obliga a prescindir de la orientación puramente
económica, allí donde estén en juego valores que son importantes para que
nuestra sociedad pueda calificarse cómo socialmente avanzada. En este sentido, compite en desigualdad de
condiciones con la iniciativa privada, que solamente arriesga inversiones donde
es posible esperar beneficio. Y ello es, precisamente, porque la ética orienta -antes que nada- su toma de
decisiones. Y el Sistema Sanitario Público
ha de estar orgulloso de ello.
El
Sistema Sanitario Público no puede
regirse por las modas, ni inventarse cada día; una de sus principales virtudes es que sus usuarios saben qué pueden esperar de él y este sentimiento
de seguridad, tan importante para las familias, no puede ser objeto de permanente revisión. El Sistema
Sanitario Público debe estar, en sus
aspectos esenciales, por encima
de las coyunturas políticas y
económicas y ello exige una gran consolidación interior y exterior. De ahí que
las grandes decisiones -ésas que
no tienen que ver con la gestión
diaria y que afectan al contrato
que el Estado tiene firmado
con todos los ciudadanos- deben adaptarse a través del máximo consenso posible, para que puedan ser interiorizadas por todos los
afectados.
Nuestro
país tiene un importante déficit tecnológico,
sin embargo, el potencial
tecnológico y científico del sector sanitario
-y en su mayor parte, del sector sanitario público- está a la vanguardia de los sectores productivos nacionales. Se ha calculado que consume el 40% de los recursos y actividades de Investigación y Desarrollo
del conjunto del país y ello se traduce
no sólo en instalación de máquinas más
o menos complejas, sino, sobre todo, en la enorme capacitación de los profesionales que están detrás de ellas.
Los profesionales que prestan
servicios en el Sistema Sanitario
Público acumulan lo que posiblemente sea el mayor potencial científico del país. Y ello, no sólo como apuesta
de futuro, sino como realidad
presente puesta incondicionalmente al
servicio de la ciudadanía.
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