La
sociedad española ha cambiado mucho en los últimos años.
Exige,
por ello, nuevos esfuerzos para armonizar mejor los diferentes puntos de vista,
para entender la realidad y adaptarse mejor a las nuevas exigencias, para
pensar el futuro en lugar de ser arrastrados por él, para innovar y crecer,
para garantizar la adecuación de las previsiones financieras, así como extraer
la mayor rentabilidad a cada euro invertido, en el horizonte de buscar la mayor
utilidad social.
Las estructuras sanitarias están
formadas por diferentes grupos profesionales que implica la existencia de diferentes puntos de vista
e intereses que, con ser legítimos, si no son adecuadamente
tratados pueden bloquear su funcionamiento como sistema organizado.
Hoy en día, no existen organizaciones que no hayan asumido la necesidad de desarrollar
relaciones dentro del sistema, que
permitan cohesionar a los diferentes grupos en torno a un núcleo de valores fuertemente interiorizados.
La vertebración del sistema es una necesidad
inaplazable; en un sistema bien vertebrado, la negociación es permanente (todos los intereses son legítimos y discutibles), pero ha de
respetarse el equilibrio necesario
para que las coyunturas no malogren la misión de la organización,
aquello que le da razón de ser,
justifica la inversión social y
los puestos de trabajo que crea
y mantiene.
La
salud no es un resultado casual o algo aleatorio; tampoco es la resultante de
un esfuerzo aislado, ni algo que permanezca, en sus causas y condicionantes,
estático a través del tiempo. Por el contrario, es posible articular medidas
que reviertan en mejor salud y que compongan -con coherencia y visión
estratégica- una Política Sanitaria que, partiendo de un conocimiento detallado
de la realidad y de un nivel de consenso lo más amplio posible, plantee los
principales problemas que afectan a la salud de los ciudadanos, a los servicios
sanitarios y proponga las medidas
consideradas más adecuadas para su
solución.
Las políticas reactivas -esa forma de actuar que se limita a responder según los problemas van surgiendo- son muy
negativas; las organizaciones
que tienen vocación de sobrevivir y crecer no pueden limitarse a esperar
que el futuro pase por ellas, sino que deben apostar decididamente por ser ellas mismas parte relevante de su propio futuro.
Ello se traduce en la necesidad de que el
Sistema Sanitario Público, en
todos los ámbitos de su actuación, sea capaz de actuar a medio plazo,
diseñando políticas estratégicas sólidas
que vayan más allá del día a día, sin que ello signifique el deterioro de sus actividades diarias. La Orientación Estratégica es importante para evitar que las convulsiones políticas
o económicas amenacen los importantes
valores que representa.
Es difícil negar que el entorno económico dificulte
enormemente, no ya el crecimiento, sino el propio mantenimiento del Sistema Sanitario Público. Los problemas financieros y las fugas
de eficiencia hacen que algunos
sectores cuestionen la idoneidad del modelo, incluso asumiendo que es el más
adecuado para sostener los
valores sociales y sanitarios más
relevantes.
Paradójicamente, en instituciones complejas
como el Sistema Sanitario Público la única garantía de supervivencia es el crecimiento, el desarrollo; es necesario, por
tanto, una gran pacto entre el sistema sanitario y los ciudadanos, a través del cual se
garantice el desarrollo incesante
del sistema. El coste en inversiones que pueda representar debe ser sufragado desde el conocimiento
compartido.
Ello implica un pacto económico,
a través del cual se garantice la suficiencia financiera para la oferta de
servicios y que, como contrapartida, exija la mayor eficiencia y eficacia, por
un lado, y el ajuste a las previsiones presupuestarias, por otro. Este pacto ha
de ser garantía de estabilidad y suficiencia, así como de viabilidad financiera
del Sistema.
Una
vez asegurada
la suficiencia financiera en las asignaciones presupuestarias, el
Sistema Sanitario Público debe orientar sus estrategias a garantizar la máxima eficiencia económica de sus actividades. Ello significa racionalizar las operaciones internas y los recursos, estimular los comportamientos
eficientes y desarrollar sistemas adecuados de evaluación económica del gasto.
Son los profesionales -sobre todo, los médicos- quienes, en sus decisiones
diarias, determinamos cuánto, en qué y cómo se gasta; ello obliga a desarrollar
una estrategia de cooperación con los mismos, para que la necesaria racionalidad financiera sea compatible con el respeto escrupuloso a
su libertad de juicio y su
autonomía decisoria en beneficio de los pacientes.
Los recursos deben de ser necesariamente rentables, pero no sólo en términos económicos, sino, también
en términos sociales.
En
todo el mundo desarrollado se cuestiona hoy en día la eficacia sanitaria de
múltiples procedimientos que, siendo costosos en su mantenimiento, no parecen aportar
valor sanitario relevante a la salud de la población. El avance
de la Ciencia y la Tecnología hace que
los ciudadanos depositen en la Medicina cada vez mayores expectativas, que no
siempre son satisfactibles.
El
Sistema de Salud, debe ordenar sus líneas de actividad en una perspectiva
más autocrítica de lo que ha venido
dándose hasta el momento; los avances científicos deben ser necesarios,
útiles, seguros, socialmente productivos y humanos, para aportar valor añadido a la sociedad. Y lo que no aporta valor
añadido es siempre demasiado costoso.
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