Después
de evaluar las relaciones entre la medicina
y la sociedad, la profesión médica y la sociedad, así como reparar en la
medicina como institución social, entiendo y propongo que la relación entre la
medicina y la sociedad debe establecerse sobre bases de cooperación mutua,
teniendo siempre en cuenta que, en tanto que Institución Social, la medicina
debe tener vocación de servir a la sociedad.
Se
hace también necesario redimensionar la medicina tanto en su ámbito de actuación,
como en sus limitaciones y posibilidades.
En
su ámbito de actuación, evitando medicalizar la vida social y sin esperar que
la medicina aporte soluciones a problemas cuya etiología no sea biológica sino
social.
En
cuanto a sus limitaciones y posibilidades, evitando depositar en la medicina
capacidades que “chocan” con el estado de la ciencia en cada momento.
Desde
el punto de vista de las interconexiones entre la profesión médica y la
sociedad, parece asentarse un nuevo marco de relaciones entre el ciudadano, los
servicios sanitarios y los profesionales de la salud.
Este
artículo se desarrolla en tres capítulos: Medicina y Sociedad, la Medicina como Institución
Social y Profesión médica y sociedad, que desarrollaré en tres semanas.
La Medicina no es una
profesión más, sino que a lo largo de
su desarrollo histórico se ha ido
institucionalizando, lo que se concreta en una dimensión social muy relevante, un impacto profundo en la vida de
las personas, una participación significativa en la configuración de las estructuras sociales y un ámbito de intervención pública
que excede de los límites
naturales que, con el binomio Salud/Enfermedad como referente, parecen propios.
La Medicina-Institución es un elemento cultural de primer orden en las sociedades desarrolladas.
Enfermedad o Salud son términos que sólo pueden
entenderse en una dimensión cultural y referidos a cada época
histórica, como consecuencia de las visiones del mundo dominantes y del desarrollo
del conocimiento científico en cada
sociedad concreta. Dado el papel
instrumental de la medicina,
resulta evidente que ésta -sus
contenidos profesionales, sus prácticas y sus concepciones, pero también sus formas organizativas y sus
relaciones con la sociedad- no puede
entenderse sin entender la sociedad en que se desenvuelve.
La
Medicina de nuestro tiempo, en los países desarrollados, muestra una serie de
características, cuyo estudio permite entender
aceptablemente el tipo de relaciones que mantiene con la sociedad y las
notables paradojas que enmarcan sus prácticas y condicionan la eficacia de sus
intervenciones más importantes.
Es importante comprobar la existencia de un doble discurso que se traslada a la sociedad y condiciona los planteamientos de las personas con respecto a su propia salud: por un lado, reconoce y enfatiza la importancia de los aspectos sociales en el estado de salud de las personas
-higiene y hábitos de vida, nutrición, lucha contra los factores sociales de riesgo (marginación, hacinamiento, stress, desigualdades sociales...), contaminación y calidad de los alimentos, automedicación, etc.. . -, situando, de esta manera, en la esfera individual la máxima responsabilidad sobre la propia salud. Estos nuevos hábitos saludables -sobre todo en cuanto a nutrición, ejercicio físico y utilización sistemática de los servicios médicos preventivos- parecen focalizarse en las capas más cultas y ricas, siendo patente y reconocido, en términos generales, el fracaso en la promoción de la mayor parte de estos hábitos entre el común de la población. La trivialización que los medios de comunicación realizan no es ajena al carácter de moda que, parecen presentar estos nuevos hábitos saludables.
Por otro lado, el fuerte desarrollo tecnológico y científico acumulado por las Ciencias Médicas lanza un mensaje bien diferente, que resulta contradictorio, puesto que los mayores avances científicos y la mayor efectividad no se han dado en los ámbitos preventivos y educativos (la Salud Pública, en sentido amplio), sino que tienen lugar en las capacidades de reparación de la actividad médica y en la comprensión de la génesis de las enfermedades. En un primer aspecto, la Medicina despierta entre los ciudadanos enormes expectativas sobre su capacidad para reparar la salud deteriorada (cada año que pasa, esta capacidad se extiende a nuevas patologías, hasta ese momento fatales) o, en todo caso, para prolongar la vida enferma, lo que puede amparar y justificar psicológicamente, en la esfera individual, el mantenimiento de comportamientos definibles como desviados, desde la visión sanitaria; en un segundo aspecto, los avances en las investigaciones biogenéticas parecen situar en la herencia -algo fuera de la capacidad de decisión e intervención individual, contra lo que sólo cabe esperar el avance científico que de respuesta reparadora adecuada- un catálogo cada vez más extenso de patologías o, cuanto menos, de predisposición a padecerlas.
Estos
aspectos pudieran llegar a fomentar una cierta desresponsabilización individual
con respecto a la propia salud, que neutralizaría -e, incluso, invalidaría- los
esfuerzos desarrollados en la promoción de hábitos saludables. En este sentido,
poco importa que en el interior de la Profesión
Médica este discurso determinista se matice y dimensione
científicamente; pero el mensaje que llega a los ciudadanos, forzosamente
simplificado y desvirtuado por unos medios de divulgación masiva cada vez más
fascinados por el mundo de la enfermedad, es así de esquemático y simple. De
alguna manera, en términos antropológicos, parece existir una vuelta a
concepciones arcaicas de la enfermedad como designio divino o algo incorporado al karma, como algo inevitable, marcado en el código genético.
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