jueves, 8 de mayo de 2014

MEDICINA, SOCIEDAD Y SALUD

Después de evaluar las relaciones entre la medicina  y la sociedad, la profesión médica y la sociedad, así como reparar en la medicina como institución social, entiendo y propongo que la relación entre la medicina y la sociedad debe establecerse sobre bases de cooperación mutua, teniendo siempre en cuenta que, en tanto que Institución Social, la medicina debe tener vocación de servir a la sociedad.

Se hace también necesario redimensionar la medicina tanto en su ámbito de actuación, como en sus limitaciones y posibilidades.

En su ámbito de actuación, evitando medicalizar la vida social y sin esperar que la medicina aporte soluciones a problemas cuya etiología no sea biológica sino social.

En cuanto a sus limitaciones y posibilidades, evitando depositar en la medicina capacidades que “chocan” con el estado de la ciencia en cada momento.

Desde el punto de vista de las interconexiones entre la profesión médica y la sociedad, parece asentarse un nuevo marco de relaciones entre el ciudadano, los servicios sanitarios y los profesionales de la salud.

Este artículo se desarrolla en tres capítulos: Medicina y Sociedad, la Medicina como Institución Social y Profesión médica y sociedad, que desarrollaré en tres semanas. 

La Medicina no es una profesión más, sino que a lo largo de su desarrollo histórico se ha ido institucionalizando, lo que se concreta en una dimensión social muy   relevante, un impacto profundo en la vida de las personas, una participación  significativa en la configuración de las estructuras sociales y un ámbito de intervención pública que excede de los límites naturales que, con el binomio Salud/Enfermedad como referente, parecen  propios. La Medicina-Institución es un elemento cultural de primer orden en las sociedades  desarrolladas.

Enfermedad o Salud son términos que sólo pueden entenderse en una dimensión cultural y  referidos a cada época histórica, como consecuencia de las visiones del mundo dominantes y del  desarrollo del conocimiento científico en cada sociedad concreta. Dado el papel instrumental de la  medicina, resulta evidente que ésta -sus contenidos profesionales, sus prácticas y sus concepciones, pero también sus formas organizativas y sus relaciones con la sociedad- no puede entenderse sin entender la sociedad en que se desenvuelve.

La Medicina de nuestro tiempo, en los países desarrollados, muestra una serie de características, cuyo estudio permite entender aceptablemente el tipo de relaciones que mantiene con la sociedad y las notables paradojas que enmarcan sus prácticas y condicionan la eficacia de sus intervenciones más importantes.

Es importante comprobar la existencia de un doble discurso que se traslada a la sociedad y condiciona los planteamientos de las personas con respecto a su propia salud: por un lado, reconoce y enfatiza la importancia de los aspectos sociales en el estado de salud de las personas
-higiene y hábitos de vida, nutrición, lucha contra los factores sociales de riesgo (marginación, hacinamiento, stress, desigualdades sociales...), contaminación y calidad de los alimentos, automedicación, etc.. . -, situando, de esta manera, en la esfera individual la máxima responsabilidad sobre la propia salud. Estos nuevos hábitos saludables -sobre todo en cuanto a nutrición, ejercicio físico y utilización sistemática de los servicios médicos preventivos- parecen focalizarse en las capas más cultas y ricas, siendo patente y reconocido, en términos generales, el fracaso en la promoción de la mayor parte de estos hábitos entre el común de la población. La trivialización que los medios de comunicación realizan no es ajena al carácter de moda que, parecen presentar estos nuevos hábitos saludables.

Por otro lado, el fuerte desarrollo tecnológico y científico acumulado por las Ciencias Médicas lanza un mensaje bien diferente, que resulta contradictorio, puesto que los mayores avances científicos y la mayor efectividad no se han dado en los ámbitos preventivos y educativos (la Salud Pública, en sentido amplio), sino que tienen lugar en las capacidades de reparación de la actividad médica y en la comprensión de la génesis de las enfermedades. En un primer aspecto, la Medicina despierta entre los ciudadanos enormes expectativas sobre su capacidad para reparar la salud deteriorada (cada año que pasa, esta capacidad se extiende a nuevas patologías, hasta ese momento fatales) o, en todo caso, para prolongar la vida enferma, lo que puede amparar y justificar psicológicamente, en la esfera individual, el mantenimiento de comportamientos definibles como desviados, desde la visión sanitaria; en un segundo aspecto, los avances en las investigaciones biogenéticas parecen situar en la herencia -algo fuera de la capacidad de decisión e intervención individual, contra lo que sólo cabe esperar el avance científico que de respuesta reparadora adecuada- un catálogo cada vez más extenso de patologías o, cuanto menos, de predisposición a padecerlas.

Estos aspectos pudieran llegar a fomentar una cierta desresponsabilización individual con respecto a la propia salud, que neutralizaría -e, incluso, invalidaría- los esfuerzos desarrollados en la promoción de hábitos saludables. En este sentido, poco importa que en el interior de la Profesión Médica este discurso determinista se matice y dimensione científicamente; pero el mensaje que llega a los ciudadanos, forzosamente simplificado y desvirtuado por unos medios de divulgación masiva cada vez más fascinados por el mundo de la enfermedad, es así de esquemático y simple. De alguna manera, en términos antropológicos, parece existir una vuelta a concepciones arcaicas de la enfermedad como designio divino o algo incorporado al karma, como algo inevitable, marcado en el código genético.


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